Las chicas de Ames by Jeffrey Zaslow

Author:Jeffrey Zaslow
Language: es
Format: mobi
Tags: Narrativa
Published: 2010-09-15T22:00:00+00:00

En calidad de Girl Reserve intentaré hacer frente a la vida con ecuanimidad. Intentaré... Mostrar unos modales correctos... Ser imparcial a la hora de juagar... Estar preparada para el servicio... Ser leal a mis amigas... Ser formal en mis propósitos... Ver la belleza... Mostrarme ansiosa por aprender... Ser respetuosa con Dios... Salir victoriosa frente al egoísmo... Ser digna de confianza siempre... Sincera en todo momento...

El grupo organizaba charlas sobre temas como «Popularidad frente a éxito», «¿De qué te ríes?» o «Cotillear frente a conversar». Es evidente que, ya entonces, existía una conciencia de las tendencias ofensivas que a veces se dan entre las chicas.

En la década de 1970, las Girl Reserves del Instituto Ames pasaron a ser el programa Hermana mayor/Hermana menor, y se eliminaron la sobria promesa y las perspicaces charlas. Cuando las chicas de Ames llegaron al instituto, agradecieron que se les asignara una chica mayor que ellas cuya tarea era cuidarlas y protegerlas. Además, les divertían los aspectos rituales del programa. La identidad de la Hermana mayor permanecía en secreto durante meses. Primero, ésta enviaba a su Hermana menor regalitos y notas de ánimo. Luego se reunía a todo el mundo en la que denominaban la «Noche del descubrimiento», y las pequeñas conocían a las mayores.

Desde el principio, los educadores del instituto hicieron mucho hincapié en la importancia de alimentar las amistades. Unos sesenta años antes de que las chicas llegaran al centro, éste lo dirigía un hombre llamado Albert Caldwell, que había sobrevivido al hundimiento del Titanio junto con su mujer y su hijo, por entonces muy pequeño. En sus charlas, hablaba de cómo él y los demás supervivientes habían quedado unidos por las experiencias que compartieron aquella noche. El mensaje implícito era que las amistades más sólidas muchas veces se forjan en los momentos de adversidad.

Tras ser rescatados, la mujer del señor Caldwell, Sylvia, contó a los periodistas que, cuando estaban embarcando, le había preguntado a uno de los tripulantes si verdaderamente aquel barco no se podía hundir. «No, señora. ¡Ni el mismísimo Dios podría hundirlo», dijo repitiendo las palabras del hombre. Ésa se convirtió en una frase célebre, aunque hubo quien sospechó que la señora Caldwell se la había inventado para darse publicidad. Más tarde, publicó un libro titulado: The Women of the Titanio [Las mujeres del Titanio], que versaba sobre la «fortaleza y la valentía» de aquellas mujeres que habían oído los gritos de sus hijos, maridos y hermanos que se ahogaban, y luego habían seguido adelante con sus vidas sin ellos. Sobrevivir al Titanio originó una serie de amistades para toda la vida entre algunas de esas mujeres. Pero aunque ellas encontraban cierto consuelo en su amistad, se dieron casos en que sus matrimonios no lo soportaron. Los propios Caldwell se divorciaron en 1930.

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